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  • Eric García Valladares

Yo creo en ti

Actualizado: 9 abr

Era la edad de escolaridad básica. Eran tiempos de travesuras, de explorar el mundo, de retar nuestros límites. Mi hermano mayor y yo estábamos rompiendo alguna de las reglas de comportamiento en casa que, escritas o no, había que ponerles atención para no hacernos acreedores a una reprimenda, ¡y mira que en aquellos años eran un poco severas! Mi madre estaba a disgusto con nuestro actuar, no recuerdo si fue algo que hicimos o algo que dejamos de hacer, pero fuimos “reportados” con el papá y esperábamos la monserga, la zarandeada o ambas si la ocasión lo ameritaba. El rostro de mi padre estaba desencajado, se llevaba su mano dominante al mentón y no estoy seguro si lo que quería era acomodarlo o retirarlo de su posición. Se llevaba ambas manos al rostro para cubrir sus ojos y tallaba de arriba hacia abajo como queriendo retirar de su vista alguna imagen incómoda. Movió la cabeza de un lado hacia el otro sólo un par de veces y ya mis glúteos se preparaban para recibir sendos azotes propinados con aquel mágico cinturón disciplinario. Estábamos aterrados e incluso un tanto molestos porque nuestra libertad por hacer de nuestra vida un papalote se estaba viendo amenazada. Aquella pausa antes de la explosión verbal, nos daba el lujo de dar cabida a pensamientos de injusticia y desigualdad en las opiniones, pues nos sentíamos con ese genuino derecho de romper reglas como todos los demás lo hacían. Mi padre levantó la mirada hacia sus interpelados, y alcancé a notar en su cristalina expresión, que las lágrimas estaban asomándose. No había enfado, había frustración; no había decepción, había tristeza; no había mnemotecnia, era nostalgia pura. Su análisis no comprendía como estos dos hombrecitos habían mostrado desconsideración a una mujer quien les procuraba cariño, abrigo, consuelo y llenaba de besos sus almuerzos para la escuela. Su voz se fue adelgazando al tiempo que alcanzó a expresar con un sonido tenue pero muy claro, y llegó tan profundo a mi atribulada conciencia, que la recordaré hasta el fin de mis días “¡yo daría mi mano derecha por ver un momento a mi madre!, ¡daría mi brazo entero por tenerla cinco minutos a mi lado!… porque desde que tengo ocho años (solloza), ya no tuve nunca más esa dicha. Ustedes que tienen esa bendición, no la desperdicien” No hubo golpes, ni violencia, pero tampoco hubo silencio. De inmediato se escucharon llantos y voces de “perdóname mami”, durante un buen rato, abrazábamos a mi papá por ser magnánimo llenando de humedad salina su camisa (y uno que otro fluido nasal); abrazábamos a mi madre con sus lagrimitas silenciadas mientras decía entre dientes “yo les hubiera puesto dos, bien buenos”.

El respeto y atención a una mujer, se nos dio con el ejemplo de un esposo cariñoso, articulado al hablar, jamás le puso la mano encima a su amada (algunos dicen que el carácter de mi madre se lo impidió, yo no lo sé), vociferaba por temas de entendimiento que sólo ellos sabían manejar, nunca delante de los niños, nunca usar las manos para discutir.

Desde aquí mi respeto, mi admiración y mis oraciones para todas las mujeres del mundo. Para aquellas que tienen su pareja y sortean cada día distintas problemáticas de confianza, comprensión y persecución de sueños. Para quienes tuvieron que quebrantar la promesa ante el juez o ante un altar, en aras de mantener su integridad física, su dignidad, su salud mental, la seguridad de sus hijas y hasta su vida. Para quienes van lidiando día a día con las vicisitudes del desarrollo personal y profesional sin otro apoyo que su propia resiliencia y su férrea voluntad.

Siempre ensalzamos a quienes luchan, no se rinden, son ejemplo y tienen éxito, y mencionamos poco a un grupo de mujeres que, por distintas circunstancias familiares, emocionales o de su propio entorno, aún no han desarrollado totalmente habilidad alguna que les permita dejar de tronarse los dedos al llegar el fin de mes. Esas mujeres que tienen guardado su potencial; son entusiastas, son dedicadas, pero aún no creen en ellas lo suficiente o no han encontrado alguien que les ayude a sacar a su propio genio de la botella.

Hoy quiero mandarles un mensaje de aliento a quienes en algún momento les hicieron creer que no podían y que las situaciones parecieran confirmar ese enunciado. Sé que tienes miedo, sé que piensas que no eres suficiente, sé que lo ves muy lejos, sé que todavía no crees en ti, mas llegará el día en que tu talento se desenvuelva y tendrás, sino el éxito en la forma como lo percibe la sociedad, si una forma de ganarte la vida que brinde paz a tu alma y sea motivo de orgullo para ti misma y para tu grupo relevante de personas amadas. Yo creo en ti y te abrazo con el alma.


En Diario 21

En Despertar del Sur


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