“Encanto”, “Rojo”, “Todo, En todas partes, Al mismo tiempo”; estos últimos años se han caracterizado por toda una revolución generacional que está -no solo abierta- sino ávida de hablar de temas sensibles, exponer conductas abusivas y poner el ejemplo del cambio.
Querido lector, en esta ocasión le hablo a tu niño interno, esta columna es para ese pequeño que se sintió vulnerado e inclusive aprendió a reaccionar de maneras -quizás no tan sanas- a las experiencias que marcaron tu infancia y los momentos más críticos de tu neurodesarrollo. Exploraremos el trauma generacional y como hemos transferido estas “lealtades”, estigmas alrededor de la terapia y los límites y del fenómeno social que los Milenarios (Milennials) iniciamos: Tratar a los otros como nuestro niño interno quería ser tratado, es decir la crianza de las nuevas generaciones activamente considerando cómo nuestras acciones impactan sobre sus inseguridades más adelante.
Por desgracia, no existe un WikiHow sobre paternidad y cómo no meter la pata con los hijos. Cuando nuestros abuelos eran jóvenes, los niños eran criaturas que no tenían voz, ni voto; que eran sometidos a castigos físicos y tortura psicológica porque “así se acostumbraba en ese entonces”. Por desgracia somos seres sociales programados cognitivamente para copiar e imitar patrones con el fin de pertenecer a una dinámica social. Un padre física, verbal o psicológicamente violento, criará hijos acostumbrados a la violencia -tanto a repetirla como a someterse a ella. Al crecer, el hijo ya adulto repetirá las mismas conductas de crianza debido a que era su único modelo de aprendizaje.
Por fortuna, el ego se ha deslavado poco a poco, muy importante para poder reconocer los errores, disculparse y enmendarlos. Cada vez es más común ver en redes sociales videos de padres autorregulándose para reaccionar de mejor manera a las necesidades emocionales de sus hijos pequeños; de cómo corrigen de una manera que promueven el pensamiento crítico y la resolución de problemas en lugar de reprenderles con insultos o de manera reactiva y visceral; padres validando las emociones y experiencias de sus hijos. Ningún padre es perfecto y ellos también tendrán días malos, pero he ahí lo que mencioné anteriormente: somos seres sociales que imitamos patrones que observamos y qué mejor uso para las redes sociales que compartir herramientas que quizás pueden ser de utilidad para otra persona; eso sí requiere mucha humildad reconocer nuestros errores.
¿Por qué es importante frenar la transmisión de los traumas generacionales? Estas “lealtades”, por lo general las experimenta originalmente un individuo y queriendo proteger a su descendiente de la misma experiencia, cultiva en ellos miedo a ésta; posteriormente, ellos repiten el ciclo -aunque la generación más joven desconozca por completo el origen. Un ejemplo sería un complejo físico, económico o social que experimentó quizás uno de nuestros abuelos en su juventud y que nosotros repetimos por que nos enseñaron a tenerlo. Por lo general nacen del clasismo, racismo, homofobia, capacitismo o el machismo de décadas con menos apertura mental y que ahora buscamos erradicar.
Nuestra generación fue la primera en ponerse frente a la juventud como escudo. Defendemos y hablamos de los temas, rompemos tabúes, aceptamos la terapia como el medio para canalizar emociones reprimidas y ayudarnos a ser mejores personas para nosotros mismos y para los demás. Nos convertimos en el motor del cambio, en los primero a ser señalados y ¿qué decidimos pasarle a la generación que ahora está iniciando su adultez? La seguridad de ser ellos mismos, priorizar su salud mental, decir “No me gusta como soy tratado” y poder irse de ese lugar. Es algo precioso de observar; no digo que haya desaparecido para siempre el bullying y la crueldad, pero las costumbres se hacen leyes, si las generaciones de abajo copian estas actitudes de cambio y de interés, de no quedarse callados ante la violencia y la injusticia, de apoyarse los unos a los otros, entonces el futuro augura ser muy prometedor para los que vienes después de ellos. Al fin y al cabo, los humanos imitamos patrones, a veces, para bien.
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