No bastan los candados en la puerta, ni cuántos pendientes le cargues a tus hombros, ni mirar el reloj esperando que muera el tiempo. Nada evitará que su nombre azote tu conciencia, porque el café de la mañana tiene su sabor y el asiento junto al tuyo está impregnado de su esencia.
En algún momento del día pasarás por esa calle que conduce al que fue tu lugar seguro y la banca de aquel parque guardará por siempre la primera vez que se sentaron a hablar sobre la vida, los perros y recordarás como el universo conspiró para que naciera ese amor que por primera vez te hizo sentir que podías tocar el cielo, porque al mirar la luna y las estrellas verás reflejado el brillo de sus ojos en cada una de ellas.
No puedes esconderte, porque cuando intentes dormir la cama te golpeará en la cara con los recuerdos de aquella noche cuando durmieron abrazados, porque van a traicionarte las manos suplicando que acaricies otra vez su piel, porque los labios van a implorarte sus besos y la memoria de tu cuerpo vibrará con los orgasmos sudados y agitados que los mecieron al ritmo de las olas que golpearon la playa donde están anclados tus más profundos sueños y deseos.
De un amor así, que llega cuando has perdido mil batallas, cuando menos te lo esperas y en tu pecho ya no habita la esperanza; de un amor así, que cae del cielo como tormenta, que quema como fuego que alimenta, que trae consigo pasión, vida y magia; de un amor que suplicaste a las estrellas, no puedes esconderte.
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