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Eric García Valladares

¡MÍRENLO! ¡ÉSE ES MI HERMANO!

Introducción

“Mi lealtad hacia mi hermano, es la manera en cómo me mido” Una frase dicha con prestancia, con categoría y con un profundo orgullo. La dijo el actor Tom Hardy en su papel de Reggie Kray en la película “Legend” (2015). Sé que no es la mejor referencia a una pareja de hermanos ya que los anteriormente mencionados no tenían una profesión muy decorosa que digamos, sin embargo, quise rescatar la frase para escribir estas líneas a esas personas amadas, que siempre están en nuestra mente, que su nombre o sus nombres son una constante en nuestras oraciones y que su abrazo es más sanador que cualquier quiropráctico que haya existido jamás. Las hermanas y los hermanos son un privilegio. Un elemento en la familia que tiene una trascendencia tal que mueve el timón de nuestras emociones a veces con una dulce voz diciendo “tranquilo, yo te ayudo”, y a veces con un “…íralo… ¡íralo! ¡cálmate baboso!”.

Desarrollo

En la relación de hermanos es común encontrar rivalidades, a veces consciente a veces inconsciente, en la empresa de conquistar la preferencia de alguno de los progenitores. Y ni digan que en su casa no ocurría porque ya los estoy viendo “haciéndole la barba” a quien proveía los recursos, cubría sus resbalones o conseguía tiempo de compensación en los permisos difíciles. El primer hijo escoge a quién imitar, el segundo imita a quién le queda. Pero hay algunos que no tuvieron esa prerrogativa. Hoy en día el ingreso, la desigualdad salarial, las actividades económicas digitales y algunos otros factores como la edad y la formación académica, determinan el marco de referencia para la conformación de hogares con hijos. Sin embargo, ese será motivo de otro artículo.

Hoy quiero agradecer cada instante que me han dado. Las tardes de soccer, de “tochito”, de béisbol, de burro castigado; las sesiones para crear música, las tardes para grabar podcast, las noches de fiesta con luces y cámara de humo; ayudarte a caminar, consolarte en una noche dónde el llanto no cesaba o a cambiar tus pañales mientras luchaba ferozmente por no ensuciarte yo a ti; las charlas entre llanto y melancolía; llorar sólo de verte de regreso; saberme escuchado cuando he dicho “¡épale!… no es tema tuyo, vente, para acá”; los almuerzos en los acorazados; las llamadas de larga distancia; escuchar tu voz en mis películas favoritas; por llevarme al doctor cuando estaba al límite; por el esmero para llevar y traer a mis padres cuando todos están lejos; por un café en tu casa, por un vino en el piano bar, por un “Eloy” en mi cumpleaños; por darme la dicha de mis sobrinos; por esa maravillosa cena de navidad todos juntos, donde la única discusión era saber por qué “todo junto” se escribe separado y “separado” se escribe todo junto; porque cuando estoy sólo en casa adivinas mi sentir y me haces una llamada. Gracias.

Quiero extender mi agradecimiento a las hermanas y hermanos de mi media decena de lectores. A quienes tienen la dicha que compartir sus risas y enloquecen a la más mínima provocación; a quienes tienen claves de palabras, movimientos y gestos que sólo ellos conocen y que derivan en una ruidosa risotada a cada instante; a quienes no van ni a la tienda si no es acompañado de su hermano o hermana; a quienes se alcahuetean uno al otro para ser cómplices de fiestas, compras, “amistades” o tatuajes; a quienes lloran juntos en un abrazo que sabe a algarabía. También a quienes se han distanciado por malos entendidos y elevan sus oraciones para volverse a ver como antes; a quienes sufren en silencio por las desventuras del hermano o hermana que sigue intentando mejorar su situación; a los cuidadores que aún incómodos en esa silla (cuando la hay), con hambre y sueño, siguen esperando al médico de especialidad con la esperanza de escuchar mejores noticias de su familiar; a quienes comparten el departamento de universitarios y se apoyan sin cansancio; a quienes están ausentes; a quienes han perdido un ser amado y se consuelan uno al otro; a quienes ganaron la batalla a costa de muchas cosas preciadas y que se acompañan en la reconstrucción de su propia persona.

Conclusión

Para ti que eres mi hermano, para ti que eres hermana, para ti que eres de sangre y para ti que eres de vida. Sabes que cuentas conmigo y que aún con mis errores, tengo el alma dispuesta para ti y el corazón en reparación latiendo esperanzado por verte feliz, verte triunfar y entre la marea de fuego oírme decir en voz alta ¡Mírenlo! ¡ese es mi hermano!


En Diario 21


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