La Educación Superior ante la Cuarta Revolución Industrial: Un Compromiso Urgente con la Innovación y el Sentido Humano
- Luis Enrique Leyva Tapia
- 7 sept
- 4 Min. de lectura
En tiempos en que la inteligencia artificial, la automatización y el análisis de datos en tiempo real están revolucionando todos los sectores productivos, la educación superior en México enfrenta un doble reto: adaptarse a las exigencias tecnológicas del entorno global y, al mismo tiempo, preservar su sentido social, ético y humano.

No es exagerado afirmar que estamos inmersos en una etapa de transformación radical. La llamada Industria 4.0 —que combina tecnologías como la robótica avanzada, el internet de las cosas (IoT), el big data y la inteligencia artificial— no solo modifica las formas de producir bienes y servicios, sino que exige nuevas competencias, nuevas formas de pensar y, sobre todo, nuevas formas de enseñar y aprender. Ante este contexto, el papel de las universidades públicas, como la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), se vuelve crucial.
Como docente, investigador y formador de futuros profesionistas, he constatado que aún existe una desconexión preocupante entre los modelos educativos tradicionales y los requerimientos del mundo laboral contemporáneo. Las competencias técnicas, si bien necesarias, ya no son suficientes. La resiliencia, la capacidad de aprender permanentemente, el pensamiento sistémico y la habilidad para trabajar en entornos interdisciplinarios son ahora condiciones mínimas para una inserción laboral significativa.
No obstante, la respuesta institucional no siempre ha sido ágil. Muchas veces, los programas académicos siguen anclados en contenidos desactualizados, evaluaciones memorísticas y estructuras rígidas que inhiben la creatividad y la innovación. Frente a esto, necesitamos impulsar un modelo educativo dinámico, que permita a los estudiantes convertirse no solo en receptores de conocimiento, sino en agentes activos de cambio.
Una vía concreta para lograr esta transformación es mediante el emprendimiento con base tecnológica, articulado desde una visión ética y socialmente responsable. No se trata solo de formar ingenieros, mercadólogos o administradores capaces de adaptarse a las nuevas tecnologías, sino de fomentar la creación de soluciones innovadoras a problemas reales, contextualizados a las necesidades locales. La docencia debe ser un puente entre el aula y la realidad social, entre la teoría y la acción transformadora.
En este sentido, uno de los aprendizajes más significativos que he desarrollado como académico es que el trabajo en equipo y el desarrollo de capacidades colectivas son indispensables para enfrentar los retos del siglo XXI. La docencia no puede seguir siendo una actividad individualista o unidireccional. El aula se transforma cuando el profesor deja de ser el único poseedor del conocimiento y se convierte en facilitador de procesos colaborativos, donde el aprendizaje emerge del diálogo, la experimentación y la reflexión crítica.
He visto, por ejemplo, cómo en asignaturas como Formulación y Evaluación de Proyectos Mecatrónicos o Matemáticas Financieras, los estudiantes se involucran con mayor compromiso cuando se les reta a resolver problemas auténticos, cuando trabajan en equipos diversos, y cuando se les permite fallar como parte del proceso de innovación. Pero para que esto ocurra, también necesitamos un rediseño institucional que valore la docencia creativa, que fomente la actualización docente constante, y que entienda la evaluación no como castigo, sino como oportunidad de mejora continua.
Otro aspecto urgente es el de la inclusión digital. En mi investigación reciente sobre la adaptación de personas adultas mayores a los entornos administrativos digitalizados, he descubierto que el acceso a las tecnologías no garantiza su apropiación. La innovación tecnológica, si no es acompañada de estrategias de formación continua y sensible a las condiciones del usuario, puede profundizar brechas en lugar de cerrarlas. Por eso, desde la academia debemos impulsar modelos de aprendizaje inclusivos, multigeneracionales y culturalmente contextualizados.
La UABC, en tanto universidad pública, tiene una responsabilidad histórica: convertirse en un laboratorio de ideas para enfrentar los desafíos estructurales del país, desde la sostenibilidad ambiental hasta la desigualdad económica, pasando por el fortalecimiento democrático y la equidad de género. Pero para lograrlo, debe también democratizar la innovación: hacer que el conocimiento producido en sus aulas tenga impacto real en las comunidades, en los sectores productivos y en las políticas públicas.
Para avanzar hacia esa universidad del futuro que ya nos exige el presente, propongo tres líneas de acción concretas:
• Impulsar la transversalidad curricular: Incorporar contenidos relacionados con la Industria 4.0, el análisis de datos, el pensamiento crítico y la ética digital en todas las carreras universitarias.
• Fomentar ecosistemas de innovación interdisciplinarios: Fortalecer la vinculación entre facultades, centros de investigación y empresas, para promover proyectos conjuntos donde estudiantes y docentes trabajen en la solución de problemáticas reales.
• Revalorar el trabajo docente y el acompañamiento pedagógico: Generar condiciones laborales, espacios de formación continua y sistemas de evaluación que reconozcan la labor educativa como eje de transformación social.
En síntesis, la universidad que queremos no es la que se limita a transmitir saberes estandarizados, sino la que se atreve a formar sujetos críticos, creativos y solidarios, capaces de habitar con responsabilidad y conciencia el mundo hiperconectado que nos ha tocado vivir. Y aunque los desafíos son enormes, también lo son las oportunidades. Solo necesitamos voluntad, colaboración y una visión clara de que educar es, ante todo, un acto profundamente político y profundamente humano.
En Diario 21

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