¿Infantil? No, ¡Feliz!
- Liliana Cecilia Peraza Arias
- 5 sept 2021
- 3 Min. de lectura
Cuando escuchamos “placeres mundanos” muy pocas personas van a pensar en soplar y reventar burbujas, en correr descalzos sobre la crujiente hierba del parque, en mojarse en la lluvia, en ver caricaturas o coleccionar los juguetitos de los huevitos de chocolate. Lo cierto es que para cualquier adulto, todo lo anterior y más resulta “impensable”; lo cual es, si me lo preguntas, extremadamente triste de considerar.

Deshebrando un poco el asunto, identifico la raíz en la esfera social y en la necesidad humana de aprobación y pertenencia (vaya que la hemos errado bastante como sociedad).
Con o sin percatarnos de ello, nos encontramos siempre buscando aprobación del medio en el que nos desarrollamos, en nuestros círculos; al fijarnos en el lenguaje corporal de nuestros clientes, superiores o audiencia, si nuestra intención es vender un producto o una idea; en las modas, los colores y las texturas de la tela de temporada (a menos que seas friolento como yo y no te importe utilizar gabardinas en verano) o en el contenido que consumimos según nuestro etario.
Me atrevo a afirmar que si un adulto saliese a la calle con una mochila de su caricatura favorita, cantando a todo pulmón alguna letra de Disney o simplemente pidiese el menú de niños en su restaurante favorito, por lo menos una persona voltearía la cabeza.
Y he aquí donde el asunto se vuelve serio, ¿Por qué nos gustan las cosas que adoramos? Simple, aquellas cosas que nos hacen felices o “Proyectan alegría” citando a Marie Condo, en realidad liberan en nuestro sistema un coctel de neurotransmisores —químicos del cerebro— que conforman el “Cuarteto de la felicidad”: Dopamina, serotonina, adrenalina y oxitocina.

Así es, las mismas que se secretan ante estímulos de euforia, ante los abrazos, ante el amor, etc. Son sustancias vitales para nuestra supervivencia y salud mental. Ser indulgentes con cualquier cosa que nos llene emocionalmente es necesario para no solo ser felices, sino también para sobrevivir y sobrellevar el estrés, la tensión, las emociones agobiantes y la pérdida. Puede ser algo tan sencillo como salir a ver las flores o acariciar una manta de tela afelpada.
Retomando un poco el inicio, como seres sociales nuestra estructura actual nos exige mantenernos en un estándar; el problema es que cada cabeza es un mundo diferente y aquello que nos brinda alegría y confort fluctúa. Entonces tendemos a avergonzarnos u omitirlo, llamarlo “placeres culposos”. Pero, ¿por qué? ¿Acaso no deberíamos promover nuestra salud mental y placer sobre el “Qué dirán”?
Opinando un poco al respecto (y no me considero anarquista), del mismo modo en que los colores no tienen género, las series, los objetos y la diversión no tienen edad límite. Nadie debería poner un máximo de altura al bienestar mental y emocional. No existe tal cosa como “infantil” para describir los gustos de una persona. Como médico, no le creo y rechazo esa etiqueta.
¡Salta en los charcos, ríe fuerte y salta en tu lugar si tu cuerpo te lo pide, abraza un peluche, compra comestibles con formas de animalitos y ve caricaturas si eso te hace feliz!

Hace no mucho tanto mi vecina como mi ahijada me preguntaron a destiempo si yo era una niña o un adulto y agregó una de ellas “Porque pareces una niña muy alta”. No pude quitar mi sonrisa por mucho tiempo porque mantener la ilusión de un niño cuando ya pasas los veinte no es fácil.
Querido lector, te invito a seguir asombrándote, jugando y eligiendo vivir plenamente los placeres mundanos en vez de preocuparte por si ya están muy grande para ello. Me despido con esta frase de Bernard Baruch:
“Sé tú mismo y di lo que piensas. A quienes les molesta, no importan y quienes importan, no les molesta.”
¡Que tu vida esté siempre llena de magia!
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