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Liliana Cecilia Peraza Arias

¿Es inteligente de parte de las escuelas programar demasiados proyectos en el último semestre?

Querido lector, el tiempo vuela cuando uno se entretiene, en un abrir y cerrar de ojos los árboles mayo aterrizó con sol ardiente y un augurio que huele a salitre y protector solar. Con el final del semestre en puerta, los estudiantes ya cuentan los días para dejar los cuadernos a un lado y tomar unas merecidas vacaciones.

No es extraño que las escuelas se emocionen con sus planes de estudio y anexen proyectos grandes, sobre todo en bachillerato donde las materias ya van orientadas al área de especialización que cada estudiante va a seguir al entrar a la universidad.

Y aunque la idea suena magnífica en papel, la realidad que viven los estudiantes, y que probablemente también te tocó en algún momento, es que la sobrecarga de trabajos, tareas y proyectos aunadas con la presión propia de la transición a la universidad resultan contraproducentes.



En efecto las tareas ayudan a reforzar conocimientos aprendidos en clase, ¿pero realmente es indispensable dejar 70 problemas de matemáticas financieras más quince programas en Python más el resto de la tarea de cada asignatura y todo con fecha de entrega del día siguiente o la misma semana? Esto sin contar aquellos proyectos grandes que califiquen a varias asignaturas. Aunque ciertamente no es imposible y algunas vez también pasé por ahí, es excesivo.

Sin importar el nombre de la institución educativa que se te venga a la mente, hay un fenómeno nacional que poco a poco va en crescendo: el “Efecto Padres”.




Hace algunos años había un programa de televisión llamado “Megafiestas Infantiles” que al estar redactando este artículo, no podía quitarme de la mente al pensar en la similitud de estos dos casos. Padres que por competir los unos con los otros creaban fiestas para niños muy pequeños ostentosas hasta caer en lo ridículo; del mismo modo ahora, intentando presionar con los planes educativos comparando entre las escuelas pero a costa de los estudiantes y los docentes.

Quizás este fenómeno sea más fácilmente observable en instituciones privadas, pero no por eso es inexistente en el resto.

Recordemos que en último semestre de prepa, los alumnos ya están presionados por elegir una carrera (o a seguir una que les imponen), por aprobar exámenes de ingreso, por conseguir una beca, por los costos que ahora va a presentar la familia o su propio bolsillo, por mantener un promedio y sobre todo por exprimir el conocimiento que puedan de sus maestros antes de tener que enfrentarse a la vida. No necesitan que además los saturen con trabajo que los obligue a no comer, no dormir o tener que faltar a clases por dar prioridad a uno u otro trabajo.


Estudios recientes, sobre todo posteriores a la pandemia, se han encargado de observar este trastorno en los estudiantes; cómo el estrés académico no solo merma su aprovechamiento escolar, sino también su salud física y mental que incluso puede acabar en admisiones hospitalarias y tratamientos psiquiátricos. El estudio publicado por la UNAM en 2012: “Estrés académico en el Nivel Medio Superior”, profundiza sobre este tema y su impacto patológico.



No es la intención de este artículo afirmar que se deberían de eliminar por completo las tareas o los proyectos escolares, sino alentar a poner en una balanza el costo beneficio que la sobrecarga tiene sobre la salud y el resultado del aprovechamiento con respecto al aprendizaje. Probablemente es cuestión de reducir la cantidad y concentrarse en la calidad, pero esa es una reflexión que individualmente debemos plantearnos. Compártenos tus opiniones al respecto en las redes de Milenarios 21.

¡Hasta la próxima y que tu vida esté siempre llena de magia!


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