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El club de los amantes reprimidos Por Yeimi Morales

Querido lector, tras mi última publicación sobre “Un nuevo colibrí en el jardín” me di cuenta que de ahora en adelante quiero que este espacio sea ese lugar seguro en el que pueda escribir sobre temas que nos estén sucediendo de manera cotidiana, he decidido inspirarme en mis amigos, en mi familia, en lo que veo, me he decidido a encontrar algo especial en la cotidianidad, así que aquí me tienen.


Dedico el “club de los amantes reprimidos” a quien ha sido parte fundamental de mi inspiración en estas últimas semanas y también a quienes se les ha escapado el amor romántico, pero en lugar de avanzar se han quedado varados en la orilla de la playa del silencio.



Dentro del inmenso mundo de las relaciones afectivas, desde los que van caminando juntos tomados de la mano bajo la lluvia brincando charcos y esquivando goteras, los que se inundan en besos apasionados y despiertan hechos una sopa trenzados de piernas, muslos aliento y pudor, aquellos que se han apenas conocido y no pueden dejar de extrañarse y esperan ansiosos el próximo fin de semana para compartir lo mínimo y convertirlo en lo máximo o los que viven un romance prohibido e intenso y pasional, desde los que se han dado hasta el último gemido de su alma o el primer parpadear al despertar, todos ellos son afortunados de compartir el cielo y el infierno con su persona especial.



Sin embargo, allá en lo lejano dónde no hace frío ni calor, hay nubes y no hay sol, están atrapados en el limbo los amantes reprimidos del corazón.



Son el mísero grupo de amantes que se han caído de la gracia de lo sublime, quienes se alejaron del sempiterno y cayeron en el vacío de lo efímero, pertenezco ahora al club de los amantes reprimidos, quienes observamos celosos desde las tinieblas al valle cálido y húmedo de los enamorados.



Siempre quise saber qué pasaba con aquellos que no pueden borrar de la memoria las tardes de paseo en el parque, la elocuencia de un mal chiste contado, la quietud de otra respiración en el cuello mientras tu cuerpo está dormido y otros brazos rodean tu cintura, quienes añoran la calidez de una sábana tibia pero ahora la cama pareciera el invierno más crudo del que se tiene memoria.



¿Qué pasa con quiénes por azares del destino se quedan? sí, se quedan porque sus pares decidieron irse, se fueron sin explicaciones o tal vez ya habían dado tantas que no faltaba una más antes de su partida, se fueron sin voltear hacia atrás, con paso firme tal cual dejaran una bolsa de basura en la esquina.



A ellos, a los miserables pertenezco hoy, voy caminando en el limbo de aquí para allá, observando celosa a quienes gozan esa dulce gloria que un día besó mis labios, sigo sentada en la misma acera dónde solíamos caminar, tirada en la misma banca donde alguna vez criticamos el capitalismo, donde cuestionábamos el sentido de la vida y por qué carajos tenemos que hacer lo que la sociedad nos demanda. Sigo observando la taza vacía de café que curiosamente llenaba todas las mañanas pero nunca se terminaba, aún hojeo los libros que dijimos leeríamos y no hubo más tiempo al final, permanezco sentada desde el césped del área común del vecindario volviendo la vista a su departamento; tal cual una golondrina espera el regreso de su madre para que la alimente. Si, aún camino por su trabajo con la esperanza de verle al salir; no he podido colocar la goma de mi ortodoncia por qué ella lo hacía por mí; mi cabello sigue despeinado a falta de sus dedos suaves que rápidamente lo acomodaban tras soplar el viento en mi cabeza. Mi almohada, mis sábanas, el sillón, la cocina y mi perro me han culpado una y otra vez por su ausencia.



Después de tenerlo todo me caí de sus brazos que me apretaban con fuerza, me solté de la mano que me sostenía al tambalear, su voz ya no pronuncia mi nombre y sus ojos me desprecian.



Me quedé aquí, con un beso que me quema los labios todos los días, con las palabras en la boca para decirle, explicarle, ¡Gritarle que no soy nada sin ella! me quedé con el teléfono hasta tarde escribiendo mensajes sin enviar, me quedé observando mientras alguien más le tomaba de la mano, le acariciaba el cabello y besaba sus labios, esos mismos que yo acostumbraba a desayunar.



Debo aceptar que este club ha sido de los más costosos que he podido pagar, la membresía incluye noches en vela, náuseas, falta de apetito, frío, cólera, desesperación. No hay una cuota fija por lágrimas ni por los cabellos que se caen en la regadera, la mensualidad va más allá del psicólogo al que no le contesto para agendar la próxima cita o el gimnasio que pagué y solo fui una semana. ¡Sí que ha salido caro el estar! porque yo aquí sigo ¿Pero tú? No, tú ya no estás.

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