Nadie le creyó cuando les dijo que unos tipos la seguían por las calles, “escuincla loca, seguro te imaginas cosas, ándale deja de fantasear y ven a ayudarme” decía su madre.
Pero Irene sabía bien que no estaba loca, cada que salía o entraba a su casa sentía un par de ojos siguiéndola, sentía una sombra rondando cerca de ella siempre. Empezó a salir a horas diferentes a tratar de irse por diferentes caminos, pero pese a los intentos ella seguía sabiendo que alguien la seguía.
Al pasar los días la sensación se hacía más perturbadora e insoportable, pasaba los días a la expectativa, tratando de identificar quien la seguía, varias veces ya le había pedido a su novio que la esperase afuera del trabajo para no regresar sola a casa y que viesen que alguien la acompañaba, Eduardo asentía sin pensarlo, pero siempre que quedaban no llegaba.
Eduardo era un tipo amable pero la mesa de apuestas siempre le hacía perder la noción del tiempo, podía pasar horas ahí frente a las cartas, lo único que lo hacía parar era el cansancio o la falta de liquidez para las apuestas, al inicio recurría a Manuel un tipo que frecuentaba las mesas de apuestas ofreciendo ayuda monetaria hasta que la deuda se hacía insostenible y comenzaban las artimañas para cobrar.
Eduardo en pocos días lo había pedido todo en un intento por saldar sus deudas, empezando por la reputación y terminando con su única posesión valiosa, un reloj de mediados de siglo que su padre le había dejado y que según sus planes sería su respaldo para malos tiempos. Había sacrificado todo lo que tenía y ni así había sobre pasado la mitad de lo que ya le debía a Manuel.
Manuel había crecido rodando en las calles, después de salir de la casa hogar en la que había vivido los último doce años de su vida, las calles lo habían forjado y le habían enseñado lecciones difíciles. Con toda disposición había hecho cierta pequeña fortuna en un bar, con la cual había comenzado su negocio de usurero del barrio, la escuela nunca se le había dado pero los números y el cobro a la fuerza eran lo suyo.
Irene había desarrollado cierta paranoia que le había difícil salir a la calle y cumplir con su rutina, la última tarde en que salió del trabajo, se apresuro a caminar rumbo al metro, al doblar a la esquina sintió una mano que le tapaba la boca y otra que tomaba los brazos, “tu novio no puede pagar sus deudas así que tú serás quien lo haga por el” le dijo Manuel al oído antes de subir a la suburban.
Eduardo quebrado y convencido de que lo único que le quedaba de valor era el cariño de sus seres cercanos espero un largo rato frente al trabajo de Irene, hasta que la flor entre sus manos comenzó a marchitarse y los padres de Irene llamaron para preguntar si no la había visto, cuando vio doblar frente a él la suburban supo que no la volvería a ver.
Comments