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Arturo De la cruz Roman

De madrugada


Me encantas y me abruma la idea de dejarte ir, sé que no me perteneces, por esa razón, aprovecho nuestras noches de desvelo y me acobijo entre tu ropa, me acobijo entre tu piel y beso con delicadeza los fantasmas que pueden llegar a atormentar tu sueño.

Quizá me adivinas el pensamiento cuando recostada sobre mi brazo izquierdo diriges tu dedo índice a mis labios para que guarde silencio, quizá intuyes que estoy por decirte lo mucho que te adoro, lo mucho que me harás falta y prefieres evitar recordarme lo que los dos sabemos; que al amanecer solo nos llevaremos los labios resecos con sabor al ayer, el perfume de nuestro aliento sobre la piel y un par de tus cabellos sobre mi camisa, todo eso hasta volverte a observar el fin de semana que viene y el que viene, intentando prologar un predecible adiós.

A veces los sábados, muy pocas veces los domingos, pero siempre de madrugada, cuando la vista de todos duerme apaciguadamente, cuando el frio insiste que debemos vernos para tomar una taza de té, un par de tragos o simplemente tomarnos el uno al otro sin permiso.

De madrugada se dan las horas perfectas para destejernos del estrés que nos intoxica de lunes a viernes, la única tarea que tenemos después de que el broche que sujeta tu cabello cae al suelo es que tú comiences a contarme cuanto me extrañaste mientras yo doy pie a contarte los lunares de tu espalda y, a pesar de que me sé de memoria esta rutina casi interminable, siempre sigo sorprendiéndome cuando termino de contar y me entero que son setenta y siete estrellas las que inician al final de tu cadera y terminan en el inicio de tu cuello.

Desnúdate es la palabra clave para iniciar tu extraño ritual en el que la carne es la única que habla por nuestras dos pequeñas y desgastadas almas. No puedo evitar morder tu hombro derecho mientras entre suspiros dejas escapar los deseos más impuros que hasta el día de hoy he conocido, me intriga bastante saber que hay más allá de tus buenos modales, de tu maestría y tus dos diplomados, si ya de madrugada eres el vicio de mis ojos no me imagino que puedes llegar a ser un lunes por la tarde.

Lo triste de todo esto es que yo al igual que tú a mí, no te pertenezco, la única diferencia es que tú eres más valiente.

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