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  • Liliana Cecilia Peraza Arias

Cancel Culture, ¿Justicia social o promoción del odio?



Hoy en día es cada vez más común escuchar o leer en la dichosa red del pajarito azul que X artista fue cancelado, término que refiere a cuando la comunidad juzga una actitud, acción o comentario de una persona como ataque hacia uno o varios grupos sociales. En mi época, esto se conocía como “betar a un individuo”.

¿Hay repercusiones de que una figura pública entre en la lista negra?, ¡Por supuesto! Aquello puede suponer el hundimiento de su carrera, pérdida de seguidores y culminación de contratos que tuviese con marcas; eso por no mencionar lo difícil que será que vuelva a retomarla o consiga algún otro empleo por el temor a sus contratadores de verse involucrados en el escándalo mediático.

Ahora, esto puede ser una forma de justicia social en los casos donde el individuo en efecto está agrediendo a un grupo o incluso a una persona en específico; o si expresa contínuamente discriminación o amenazas, donde el sistema de justicia legal no pueda formar un caso concreto. En ese contexto, sus seguidores pueden darle la espalda y reprobar aquella conducta inmoral.



La otra cara de la moneda no es tan agradable ni utópica. Si bien, este tipo de “linchamiento” -porque recordemos que esto mancillará quizás de por vida la carrera y su imagen- puede ser acertado en ciertas situaciones, muchas veces aquellos que caen dentro de la horca, no merecen la penitencia.

Dijese Ana Karenina: “Si hay tantas cabezas diferentes como personas, entonces hay muchos tipos diferentes de corazones”. No todos los cibernautas poseen el mismo código de valores, tampoco el mismo contexto ni la misma sugestión; en muchas de las disputas de las redes, los Trolls, haters (o el término con el que conozcas a los incitadores que su diversión es hacer comentarios irrespetuosos o criticar innecesariamente las publicaciones de los demás), son quienes inician las controversias y quienes los siguen no se detienen a indagar la información completa ni a verificar fuentes.



He tenido la desfortuna de constatar cómo figuras públicas que daban el cien por sus fans eran desterrados por un solo error o, inclusive hacer alguna donación a una organización que estuviese en contra o a favor de una controversia. Ante esto, me pregunto: ¿Dónde queda la tolerancia y los buenos valores? En el pasado era de ley que uno no exponía sus opiniones sobre política, religión, partidos de fútbol, entre otros; la razón de este tabú no era censurar una opinión u otra, sino que siempre va a haber desacuerdo de opiniones y si se intenta discutir sobre una opinión, una amistad podría acabar fácilmente en discordia. Era un acuerdo de paz entre todos.

Todos tenemos derecho a una opinión -sea esta la que fuere- y a que se nos respete el derecho de tenerla. Por esta misma razón, no se comparten estos temas; el escudo de la pantalla nos da una falsa sensación de seguridad y anonimidad para poder escupir sin “consecuencias” nuestras opiniones. Pero, ¿realmente no las hay? Yo pienso que deberíamos ser el triple de cuidadosos y tolerantes en las redes. Errar es humano, no hay nadie al que jamás se le haya escapado un comentario que pudiese herir al prójimo. Reconocer que uno está equivocado también toma tiempo, mucho más de lo que tarda en viralizarse un screenshot. Lejos de actuar por impulso y correr a compartir y comentar, debemos hacer lo que nuestros padres o abuelos hubiesen hecho en una conversación presencial: callar.

No puedo afirmar si el Cancel Culture debería o no existir, pero definitivamente “un poder conlleva una gran responsabilidad”, pero sobre todo una gran madurez de nuestra parte para no hacer precisamente lo que intenta erradicar: promover el odio.

Hasta pronto, ¡Que tu vida esté siempre llena de magia!

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