Avaricia
- artmilenarios
- 15 dic 2022
- 19 Min. de lectura
No sé si puede llamársele un despertar…
La conciencia eclipsó un espacio vacío, un cosmos oscuro, pero no solitario.
No sus ojos, su energía no “vio” algo, no sintió algo.
Ni siquiera sus párpados, ya que aún no los tenía.
Fue como una luz creándose en el yermo aparentemente solitario. Tan negro. Sin
una sola estrella. Sin una lánguida luz en el horizonte inapreciable de aquel infinito
lugar.
Después, su segunda sensación fue la nada.
Solo mirar las vibraciones cromáticas, turbulentas y distorsionadas. Algunos
colores, formas y partículas subatómicas empezaban a pulular. Viajando de
distancias ignotas, a velocidades insensatas y distintas en aceleración y
constancia.
Lo tercero que observo, ya con sus córneas y pupilas formándose desde los
globos oculares, fue una multitud de gases iridiscentes, que formaban
aglomeraciones de formas aborregadas, y la bóveda que le parecía infinita
limitarse por un tono azulado casi violáceo y rosa, que aprisionaba dichas
formaciones de gas blanquecino.
Luego las demás partículas, aún en movimiento empezaron a formar objetos que
su primitiva mente asociaba con nombres que creía conocer.
Agua, hierba, árboles, montañas, oxígeno. Eso le hizo sentir que podía mover una
cabeza que se formaba en su estructura energética, y cómo sus pulmones medio
formados se llenaban de ese oxígeno que habitaba en el lugar, y hacía arder sus
nuevos órganos.
Todas las formas, parecían aún flotar en un espacio desquiciado, mientras, las
partículas formaban tejidos y materia en el ser que observaba dicho espectáculo.
Todo temblaba o vibraba, pero no se detenía. Se formó magma, corteza, piedra,
partiendo desde el núcleo. Savia, hebras y madera… la topografía del terreno,
emergió para darle sitio a las cosas, dándole fin a la locura de los objetos, creando
distancia y perspectiva, y también, un horizonte limitante del total y al mismo
tiempo, el origen del ir y venir de la lluvia de partículas.
Después pudo ver su mano, creándose desde las arterias, los músculos, la
sangre, la sub-dermis, la grasa, la carne, la piel y el vello que le cubría.
¿Quién puede recordar la sensación primigenia del contacto, de la textura y el
sabor?
¿Del terror que se siente e inunda el cerebro de choques eléctricos, atiborrando de
información y creando ese miedo a lo desconocido? ¿Y qué cerebro puede
soportar todas las sensaciones en segundos? Años de información invadiendo un
lugar recién creado. Un terror inmenso a todo, un placer inmenso al mismo tiempo.
Al grado que terminó cayendo al suelo ya con su cuerpo formado, en una
convulsión de placer, dolor y miedo, que no podía asimilar cuando sintió todo
aquello.
Despierta, si a eso puede llamarle un despertar. Su cuerpo estaba cubierto de
hierba, al parecer llevaba mucho tiempo ahí tirado. Hojas secas y un tronco seco
le tapaban, este último parecía el torso de un hombre o se asemejaba a uno, le
observo por un momento extrañado de poder distinguirle una forma, y también
porque ese tronco le ocasionaba una sensación en la mente que le parecía
totalmente extraña. Después, se puso de pie y estos habían olvidado cómo
sostenerse. Su cuerpo delgado, casi al hueso contraída la piel, llamaba alimento.
Rodeado de árboles, el sol se filtraba suavemente y forzado, por entre las
abundantes hojas amarillas que anunciaba el otoño.
Una briza acarició su barba y cabello, sintió como si unas pequeñas manos le
tocaran con cariño en aquella acción. El lugar le parecía conocido y a la vez
extraño, pero sin duda tenía una belleza incomprensible. Sacudió torpemente la
tierra de su cuerpo. Camino entre los titanes de madera, que se contoneaban a
capricho del viento, que parecía por instantes responder a un movimiento tramado,
inteligente.
Está demás decir que el sitio, parecía tener más vida, que la vida normal de un
bosque y lo que contiene. Una sabiduría mágica y sigilosa emanaba, a pesar de
que no se divisaba ningún animal.
Caminaba, sin saber si salía o entraba en el bosque mencionado, le agradaba
estar ahí, como si las leyendas de los bosques le llamasen, vivas aún, ignotas y
desconcertantes. Sentía ese bosque como su hogar.
Después de unas horas de andar, con o sin rumbo, dio. El olor de madera
quemada llegó hasta sus recién formados órganos. Su cerebro pensó en
chimeneas, en fogatas, en casas, en personas agolpadas y cobijadas alrededor de
un fuego.
- ¡Comida! -
El olor le guiaba, la intensidad servía de brújula. Así, no del todo fuera del bosque,
estaban multitud de casas. Pequeñas chozas de madera de tejas de barro y palma
seca. Algunas veinte, tal vez poco más. Amuralladas por los árboles ciclópeos,
que pululaban por la región.
Camina un poco más rápido, la confianza le engaña, pero el instinto le condujo a
preguntarse.
- ¿Por qué no hay personas, ni animales? -
No había ruido, más que el de sus pies contra el lodo y la hojarasca. En la
distancia asomaba lánguido un crujir de madera, el olor, sin duda, que lo atrajo, lo
provocaba.
Juguetes de madera, trastos de barro. Cortinas asomadas por ventanas y puertas.
Un viento suave.
Camina precavido, y un grito surge de su boca para llamar a alguien. Escucha su
voz y se sorprende, como un niño que dice “Mamá” por primera vez. En vano el
llamado y se asoma él. Un dejo de tristeza o vacío le causa la escena (comida en
las mesas ya podrida, cosas acomodadas para un servicio) o un sentimiento
incierto y desconocido en la frontera de ambos. Ceniza en las chimeneas es lo que
quedaba.
la gente se esfumó quizás, sin preverlo.
Del total de las casas abiertas, unas mostraban cosas tiradas, como si de una
huida apresurada se tratase el caso.
Su nariz percibe el olor de nuevo y su oído escucha el crujido.
En la cima de la ladera, observa el humo, y debajo de este, la casa que lo emite.
Rápido y sin titubear, corre. Nada parece importarle. Es un meteoro atraído por un
campo magnético a un enigma de certeza inapreciable, que se siente inconcluso o
inactivo. Desea o siente que, al contactarlo, entre en armonía y sea lo que espera
o se aproxime a serlo.
-Una respuesta-
Golpea en tres ocasiones… silencio. Repite y el resultado lo iguala.
Logra ver algo a través de la madera. alguien dentro revuelve una olla. Forzó la
puerta y esta se abre, la persona ajena, de espaldas, no atiende.
Un olor extraño invadió sus pulmones, las sensaciones se disparan en un éxtasis
de suelo contra rodillas. No es un olor ajeno, pero no lo recuerda. A pesar del
movimiento de escenarios en su cabeza, lo identifica, pero no sabe cómo llamarlo.
Se pone de pie, la mujer voltea, es una anciana, delgada, de baja proporción y de
rostro tranquilo, pero sus ojos bien abiertos, expresan un terror extraño. Le mira y
camina junto a un especiero. Toma algunas cosas y las deposita en el caldero.
-Discúlpeme por irrumpir en su casa- Habla de nuevo el hombre desnudo.
-Te esperaba, tardaste un poco más esta vez… en verdad pensé que ya había
pasado tu turno, hacía mucho que no te veía- Señala la mesa y unas ropas le
aguardan en la silla.
Su respuesta no le causa asombro, es como si estuviera esperando esas
palabras, más tampoco sabe por qué. Se viste sin percatarse de que la ropa le va
perfecto.
La anciana camina a otra parte de la habitación. Le pide que la siga.
Tras unas puertas de madera raída, descansan sobre el total del cuarto, cientos
de velas rojas.
-Creo que esta será mi última artesanía, tendré que enseñarte, sino, nunca
regresaras a casa y no quiero que andes por ahí, dando vueltas de nuevo… Mi
nombre es Enia-
Supo que ella no podría contestar sus preguntas, además no se le veían ánimos
de responder, solo hablaba y lo hacía como si ya supiera cuales eran sus dudas.
Con una seña le invita o conmina a su mesa de nuevo, la acción es
despreocupante para él en ese momento. Quiere indagar en las respuestas que
puedan desvelarse en aquella interacción poco planeada.
El fuego resplandece frente a ella generando una enorme sombra sobre su visita.
baila y se contonea al menear de su mano sobre una gran olla. En un momento
saca el cucharón de madera, y sirve en un plato de cerámica pulcramente blanca,
un espeso líquido que huele exquisitamente bien. Se acerca pausadamente y
coloca el plato en la mesa.
-Come, necesitarás energía- Dice mientras regresa al fuego y retira la olla primera
y coloca otra más pequeña en su lugar.
El sabor es exquisito, baja por las praderas prístinas de su garganta que no saben
cómo ordenar aquello en el cerebro, la sensación en su paladar es casi una fiesta.
De pronto el aroma que sale de la olla segunda, le recuerda aquel primer olor que
lo atrajo hasta ahí. Enseguida sus párpados se hacen pesados e inútiles. intenta
ponerse de pie, pero sus rodillas tocan el suelo y sus manos el borde de la mesa.
La anciana gira mientras en su delantal de cuero, limpia tranquilamente un gran
cuchillo de mango de madera.
La cabeza de él, toca el suelo sin siquiera imaginarlo, solo alcanza a ver cómo la
gran sombra de ella se magnifica, para ocultarlo todo.
Despierta. No sé si puede llamársele un despertar…
Aún adormecido observa a la anciana a un costado de la cama, sus brazos llevan
unas sucias vendas manchadas de sangre. Alcanza a distinguir el gran cuchillo en
la mesa.
-No te asustes- dijo ella -Aun no…- Ella acaricia el cabello de su huésped.
- ¿Qué hará conmigo? - Él pregunta cómo un niño que intenta hilar sus palabras.
Aún estaba adormecido.
-Lamento que tuvieras que aparecer por aquí en estos momentos- Le mira a los
ojos -Pensé en verdad que yo sería la última… hace tanto que dejaste de aparecer
por acá, pensé que ya había tocado tu turno. Me siento tranquila de cierta forma,
pero… ¿qué será de ti? Cómo puedes ver, ya es la noche y él viene sin falta cada
una de estas… a comer. Ya debe estar cerca, la cita de su encomienda no conoce
retraso ni disculpa, es tan puntual a la cena, cómo una flor se abre a la primavera,
cómo las lluvias de marzo.
De pronto, el viento empieza a ulular de una manera extraña y constante. Casi se
puede ver el corazón de la anciana, golpeando los huesos y la carne, en un intento
de huir del cuerpo. Sus ojos se hacen grandes, pero su temple sigue intacto. Es
miedo sin duda, pero no uno que paraliza, sino, uno que le agudiza, cómo un lobo
ante el peligro, cómo un león en una afrenta.
-Sobre la mesa he dejado algo para ti- Se pone de pie -En cuanto pase lo que
tenga que suceder, tómalo. No salgas, escuches lo que escuches, no atiendas.
Cuando llega, los animales salvajes y los gritos parecen regresar al bosque, cómo
si viniera acompañado de La Güestia. Nada puedes hacer ante el destino, no
puedes desviar las Líneas Ley que se han trazado aquí. En cuanto escuches que
todo queda en silencio, toma la vela que está en la caja de oro y enciéndela, y
colócala donde están todas las demás. Sigue descansando-
Alcanza él, a mirarla de reojo antes de salir. El viento le alborota su gastado
cabello gris en cuanto abre la puerta, y le mira algo de pintura seca en un tono
rojo, casi negro, entre la quijada y el cuello saliendo de su oido, antes que se
adentre en la noche, se escuchan caer las llaves de bronce en el suelo de piedra
tras la puerta.
Sobre la mesa, aprecia una caja de música dorada con una vela dentro, al otro
lado de la mesa, otra vela, sólo que esta, debajo tiene una carta. Ambas velas en
un color carmín brillante.
Tratando de ponerse de pie, le interrumpe un alarido que proviene de alguna parte
del inmenso bosque. Un rugido tan fuerte y terrible, que cuando cesa, después de
tortuosos minutos, todos los sonidos también se callan con este. Más que un
rugido, parece una orden, incluso el viento le teme a aquello.
Se le presenta el miedo, ataviado de la sensación natural de sentirlo a lo
desconocido, cómo un sistema de protección que viene incrustado en su mente
desde tiempos primitivos y se proyecta a su mano con un temblor casi
incontrolable.
Un sonido le hace voltear directo a la puerta, una respiración entre humana y
animal se escucha en ella.
Un golpe seco y el grito de la anciana le estremece completamente. Se escucha
que le arrastra por las hojas secas velozmente, un caballo enorme. Sonidos se
disparan casi de inmediato, gritos y rugidos, que son lanzados hasta las montañas
haciendo un eco cacofónico que repercute entre el total del valle, opacando
levemente los de la señora que es internada en el bosque.
Golpes en los árboles, secos y potentes silencian a la anciana. Se incorpora y
tratando de mirar por las aberturas de la madera, le sorprende un golpe en la
pared, y sangre le salpica en la cara. Cae de espaldas, y escucha el galopar del
caballo aproximarse, haciendo retumbar la casa. Cuando se detuvo, se escuchó el
masticar de la carne y crujir de los huesos, y los aullidos de personas que corrían
alrededor de la casa, aunado a esto el sonido amplificado de los animales salvajes
rugiendo. Tapó sus oídos con gran fuerza, mientras su mente no dejaba de
imaginar los escenarios posibles que suceden ahí fuera.
No sabe cuánto tiempo pasa, pero de repente, todo se silencia. Casi
arrastrándose, toma la vela de la caja dorada, sus piernas poco adormecidas,
también empiezan a extender el terror por ellas. Cómo atina a lograrlo, la vela que
tiene en sus manos besa el fuego y es regresada a donde las demás le guardan
un sitio en el cuarto adjunto.
Rápidamente se esconde bajo la mesa, como si fuera los brazos de su madre que
le acoge. Enseguida algo golpea el techo y galopa sobre este. El sonido es
desconocido, pero identificable. El golpeteo de los cascos de un caballo sin
herraduras, es lo que se escucha correr por el techo.
Su Cuerpo empieza a despedir sudor casi inmediatamente, y el temblor en manos
y piernas, se agudiza un tanto más, cuando empieza a escuchar el galope en las
paredes exteriores de la casa tirando platos y libros de los estantes. Le rodea,
cómo buscando un recoveco por el cual entrar, pero sin forzar ventanas ni puertas.
Abraza con fuerza sus piernas él, para detener aquel temblor en sus manos
también. Cierra sus ojos, tan fuerte que, no se da cuenta que sus dientes
apretados sangran las encías por la fuerza.
Silencio.
Los sonidos se detienen, pero aún sigue temblando.
Empieza a imaginar el prado, el valle, los árboles arañando el firmamento celeste,
el aroma del campo y los sonidos de animales que jamás vio, las voces de
personas que no conoció, la forma de las cosas que nunca en su vida ha visto
construidas, sabores que jamás su lengua visitó y texturas que nunca ha sentido.
De pronto, algo le limpia la sangre que le escurre por la boca y un olor a podrido
invade la casa.
Un dedo áspero y tosco, más grande de lo normal. A eso se suma que se escucha
que camina algo encima de la mesa que le sirve de guarida.
Sus manos aprietan con más fuerza sus piernas, cuando escucha que aquello cae
frente a él. El peso es descomunal. Enseguida algo le respira en la cara, el olor es
nauseabundo, le vuelven a tomar sangre de las mejillas.
Una voz surge, es una voz que parece la de un animal queriendo articular el
lenguaje de los hombres.
-Tu eres el otro- Solamente eso sale de esa voz cavernosa y extraña.
Cae desmayado al suelo y toda sensación desaparece.
Despierta. No sé si puede llamársele un despertar…
Pero frente a su iluminada conciencia espiritual, se forma algo que se manifiesta
en la oscuridad inhóspita del vacío absoluto. Una luz rojiza que se incrementa de
forma exponencial en un palpito continuo e inquebrantable, que se hace presente
en la primigenia nada absoluta que le envuelve. Le atraviesa y le dota de una
forma tangible, la cual percibe el frío del yermo, cómo un saludo del lugar que le
está dejando ser habitado. Se le extiende este mensaje y su materia recién
formada se eriza, en una desconocida intensidad que le invade.
De pronto, luces y motas de polvo se manifiestan, en una vorágine de cúmulos de
luz que revolotean sádicamente, los cuales desprenden de vez en vez, un sonido
que interpreta en su mente infante cómo risas. Tonos azules y rojos, blancos y
amarillos, se contonean en proporciones incalculables por todo el paisaje oscuro,
formando una monstruosa explosión que, después de un destello atómico, le
muestra un resultado maravilloso. Una esfera plagada de enigmas, a la par que
bellezas en un modo cándido y honesto, al que, sin preverlo, nombra mundo.
Su cuerpo recién tallado por la nada, se abalanza de manera inmediata a aquel
planeta sin poder controlarse por sí mismo. La fricción del estrepitoso arribo, le
enciende totalmente, pero este fuego que le rodea, no le causa ningún daño. Al
irse acercando ve cómo la materia viva, se convierte en muerta, cómo la transición
de lo creado desaparece y reaparece de manera fortuita y constante durante su
caída. Hasta que impacta el suelo y su cuerpo se destroza.
Propiamente poco a poco muere, víctima de la transición natural.
Su cuerpo es invadido por moscas rápidamente y le infestan de gusanos, en un
proceso de descomposición avanzada y activa, casi de inmediato, hinchándose y
cubriendo su interior de gases que le destrozan carne y piel. carcomiéndose en
explosiones químicas que le deshacen hasta el hueso. En cuanto su conciencia
queda expuesta y sin una coraza que le proteja, se ve lánguida y débil mientras
observa todo lo que le ocurre a su materia. Su forma se nutre de la tierra y
germina vida. Observa cómo su cuerpo se levanta desde esa naturaleza y se va
complementando solo, a una velocidad acelerada. Propiamente cómo si se tallara
del barro por manos invisibles, colocado pieza por pieza y absorbiendo en un
último impulso, a la conciencia volátil que le observaba. Ahora son uno. Cuando
todo termina, a su alrededor el pasto está seco, y los árboles están
completamente huecos y grises, como si hubieran dado su aliento para formarle.
Da un paso y una voz surge detrás de él.
-Bienvenido de nuevo, pequeño retoño de los hombres-
- ¿Quién eres tú? - Dice sin mirar detrás, más no tiembla, la voz le parece familiar,
y al mismo tiempo tranquila.
-Me conoces, soy el Señor del Bosque- Su voz parece pasear por los árboles
secos.
- Ahora que lo mencionas, mi mente acaba de recibir una imagen- Voltea y le mira
- ¿no eres cómo recuerdo? ¿Sabes que está pasando? -
El señor del Bosque camina, o más bien, flota. Su cuerpo no es más que un tronco
lleno de hongos con la forma de un torso de hombre, sus pies, raíces que
acarician en suelo, brazos no tiene y donde debería estar su cabeza, asoma una
especie de fruta anaranjada con bultos blancos que parece respirar. Mientras
avanza a su interlocutor, el suelo seco y los árboles, regresan a tener su verde
esplendor, más no es él quien lo hace.
-Intente hablarte varias veces, pero mi vida en este mundo, por lo que ahora te
contare, se hace cada vez más corta. Hace 5 años nacieron dos niños bajo la
misma estrella. Hunahpú e Ixbalanqué, eran sus nombres. Cuando salieron del
vientre de su madre, ella murió. Se dice que Ixbalanqué, la mató, ya que, cuando
este salió del vientre, tenía a su hermano Hunahpú, atado por el cuello con el
cordón que les alimentaba. Así que su madre, ofreció su vida para que Hunahpú
viviera. Inmediatamente los Oráculos del pueblo vieron en Ixbalanqué, la señal de
la muerte, así que el rey fue casi obligado a tirar a este, su hijo, al río. Ese acto
despiadado, es lo que dicen que desató mi ira, ya que, un año después de la
muerte del pequeño Ixbalanqué, empezó la cacería.
Pero no fue así, cuando caíste al río, este te acogió y entendió tu dolor, entregado
fuiste a las hamadríades del bosque, dulces hadas que le habitan y que son, a
pesar de pequeñas, amorosas de su bosque y sus hermanas. Ellas vieron en ti, la
estrella del amanecer, aquella que les retornaría de nuevo el bosque perdido y por
el cual, muchas de ellas habían muerto. El río sintió que serían madres
ejemplares, y quizá, no se equivocaba.
Pero su amor por el Bosque, en ese momento era más grande que el que podían
tener por un niño humano, fruto de aquellos responsables de su pérdida más
anhelada. Fueron al último bastión del bosque después de un debate, e hicieron
un pacto conmigo dentro de las murallas arboladas del atrio de la penumbra. A
cambio de tu vida, querían que yo les regresará el bosque completo. Pero yo no
puedo hacer un trato con las Ninfas, por una vida que no les pertenece. Yo ya
conocía tu historia, porque toda criatura viva de este lugar, está ligada a la tierra y
al señor del bosque dominante.
Así que les di un pacto, ellas cuidarían de ti celosamente hasta que pasarán
setenta y dos estaciones, para que tú mismo decidieras hacer el pacto ya que, al
no conocer más compañía que la de ellas, serias uno de su clan y quizá lo harías
por tu propia voz. A cambio les entregaría de nuevo el bosque, limitando poco a
poco el bien de las cosechas, y eso también, me ayudaría a mí.
Pero al pasar ese tiempo, ellas se encariñaron naturalmente contigo, y también
naturalmente descubrieron que tenías un hermano gemelo, al verlo cazando cerca
de las montañas. Al entender aquello, planearon una treta codiciosa. Conservar el
bosque y también a su hijo adoptado. Hicieron el pacto con poderes que no
comprendía. El amor hacia lo desconocido las cegó.
El río no se equivoca.
Obtuvieron el Corazón del Bosque, esa piedra fría y roja que fue una maldición
enviada desde las estrellas, esta descansaba en lo más profundo de la última
muralla porticada del atrio en donde hicieron su petición. Arrebataron así también
de mi rostro, la máscara de cristal que imita el alma de quien se refleje en esta.
Con la energía del corazón del bosque, crearon un nuevo pacto, recuperar su
bosque primigenio a cambio de tu alma, pero, para que esta no se perdiera
colocaron la máscara de cristal en el rio, donde tu hermano acostumbraba a beber
agua. Así, tu alma no dejaría tu cuerpo, sino, la de tu hermano.
Oh, grave error el de semejante avaricia, olvidaron en el trato, que el hermano de
su hijo adoptado también era un hombre, y su alma no podía ser entregada a las
Tierras Doradas o al Gran Campo Inerte, si este no había muerto, porque hay
leyes más antiguas que gobiernan el noble equilibrio. Así que, la máscara de
cristal, al estar reflejando un alma que no está muerta, pero está atrapada ahí, en
la transición de lo vivo y lo muerto, atrapó al planeta entero en un maelstrom de
creación y destrucción espontánea, porque la máscara está ligada a su portador, o
sea a mí, el señor del bosque. Entonces, por el día crea vida por mi causa y por la
noche, la destruye por el alma de tu hermano atrapado. Todo esto fluyendo en un
interminable ciclo, donde la energía de este mundo poco a poco está
desapareciendo, cansado por el consumo de energía que se pierde en cada
creacion, al grado que los seres que habitan el bosque uno a uno también ha
dejado de existir-
- ¿Entonces, estoy atrapado en un Maelstrom de tiempo que no se detiene? - Dijo
él, mientras veía cómo el Señor del Bosque caía al suelo secándose sin poder dar
una contestación con su voz, pero sí una con su forma.
Corrió por el bosque, cómo intentando escapar de este, encontró ruinas de casas,
ruinas de lugares donde no pudo distinguir que había anteriormente, pero que
espantosamente le mostraron después de largo tiempo, que no importaba cuanto
corriera, regresaba al mismo lugar.
Se tiró al suelo, el sol le mostraba que faltaba poco tiempo para la noche y decidió
buscar la casa de la anciana donde anteriormente estuvo. Extrañamente el ruido
de la madera quemándose, aun se escuchaba en el ambiente. Decidió seguirlo de
nuevo, y nuevamente llegó al pueblo, que denotaba ahora menos casas. Pero
aquella que pertenecía a la anciana, aún seguía despidiendo humo de su
chimenea.
La llave tosca de bronce aun descansaba al pie de la puerta. Se adentró cómo lo
hacen las serpientes en los nidos en busca de alimento, sigiloso pero seguro, a
sabiendas de que la anciana ya no estaba. Localizo más ropa y por un momento
se había olvidado de lo aterrador de la noche anterior, pero la escena de las velas
le recordó aquello. Miro su brazo, este tenía una cicatriz apenas visible.
Tomó la carta que yacía debajo de la vela que había quedado sobre la mesa.
Tosca y rápidamente, garabateado, un veloz mensaje estaba escrito en ella.
-Hace algunos años, no recuerdo cuantos, nacieron dos niños bajo la misma
estrella, ese fue el inicio de la caída de este reino. Su padre, el rey de este lugar,
mal aconsejado arrojó a su hijo al rio, culpándolo por la muerte de su amada
esposa. La muerte del inocente causó la ira del señor del bosque. Ahora regresa
cada noche a devorar a cada uno de nosotros. No lo entendimos al principio, pero
cuando escuchábamos los arboles crujir cómo queriendo escapar y los gritos de
las almas que le envuelven, sabíamos que venía. Avanzo desde la parte baja de la
colina, llevándose a uno por uno, ignorando si eran niños, bebes mujeres o
ancianos. Incluso al poco tiempo también desaparecían las casas. Por eso perfore
con unos clavos de madera mis oídos, para no escucharlo venir cada noche. Los
animales se fueron, abandonaron el sitio desde la primera cacería. No intentes
escapar de aquí, es imposible, el bosque no te dejará hacerlo, es una bestia viva
que se moviliza cómo una sombra, enroscándose en tus pies cómo los gatos que
reconocen a su dueño.
Las velas del cuarto están fabricadas con la sangre de cada persona que habito
este pueblo. Cuando prendía la vela fabricada con la sangre, los gritos parecían
desaparecer o disminuir un poco, pienso que su alma descansa brevemente, pero,
en cuanto se consume, regresan. Debes encender la vela inmediatamente
después de que la persona muere. Lo entendí tarde, yo ya había destrozado mis
tímpanos para sofocar aquellos monstruosos ruidos, pues entendí que sería la
última en morir, ya que empezó a llevarlos por orden de vivienda. Comprendí
algunas cosas después de mucho tiempo. Lamento que nadie pueda encender tu
vela. Espero que encuentres una noche tranquila y todo termine conmigo-
En cuanto leyó esa parte, vio cómo la última luz del amanecer, se terminaba por
escurrir de los bordes rústicos y dispares del marco donde no encajaba totalmente
la ventana.
Sus manos, casi de inmediato reprodujeron un temblor involuntario que se le
extendió hasta la pierna izquierda.
Enseguida y a lo lejos, escuchó cómo las hojas de los árboles se sacudían al
viento poco a poco con más fuerza, el crujido de la corteza reproducía unos
sonidos que se acercaban y por lo mismo, se intensificaban, cómo si unas manos
quisieran abrirse paso desde su interior.
Petrificado escucha cómo lo que mencionaba la anciana, se manifestaba de una
manera más terrorífica, pues ya no pertenecía al papel. Enseguida el galope del
caballo sin herraduras se hace presente alrededor de la casa, acompañado de
unos jirones de gritos que se desgarran al viento, cómo si le acompañarán en un
tornado de aullidos que revolvían las afueras de la cabaña. De un momento a otro
empieza a galopar por el techo. Al no tener donde esconderse se coloca
agazapado en la esquina de la rústica sala. Mientras escucha y observa el techo,
siente cómo se le viene encima.
Sin preverlo, y sin esperarlo unas toscas manos que surgen de la pared, le toman
por la cara y lo arrastran al bosque. Su cuerpo patalea, sus manos intentan
separar las otras manos. Su espalda araña la tierra, las hojas, las flores y la
sangre. Sus gritos opacan por mucho el galopar y los demás gritos. Le sueltan o le
arrojan, se pone inmediatamente de pie por la adrenalina, el corazón casi le
explota del pecho y su cara pálida de terror solo alcanza algo de color por la tierra
que le cubre junto al sudor, por lo demás, se encuentra de nuevo solo.
Pasan algunos minutos, donde siente que le miran desde la oscuridad absoluta e
indómita, hasta que rompe, quizá, el silencio más allá de los jadeos de los
pulmones de aquel hombre, una cavernosa voz que era la de las bestias tratando
de articular el lenguaje de los hombres.
-Tu eres el otro- Menciona de nuevo.
El hombre no dijo nada, no alcanzó a entender de dónde venía la voz.
- ¿Te suena familiar el nombre de Hunahpú? - Algo se asoma entre las sombras,
mostrando una silueta monstruosa, que porta la forma casi humana de un equino
erguido, con brazos humanos que salen de su vientre abierto en canal, del cual
palpita monstruosamente una extraña luz rojiza.
- ¿Es… mi… hermano? - Contesta titubeante.
-Tu hermano está varado en el Gran Puente de Piedra, ahí donde las almas de los
no-muertos caminan por el desperdicio de la tierra- Se acerca un poco más y dos
manos enormes que le salen de la espalda, toman los árboles de apoyo para salir
de las sombras. Los troncos al contacto con estas, despiden un vapor que muestra
rostros humanos sufriendo, gritos de agonía acompañan la escena.
El hombre intenta correr, se voltea y choca con el pecho de la bestia. las manos
que le salen del abdomen de la bestia le sostienen fuertemente.
-Él hizo un pacto conmigo, me entregaría el Corazón del Bosque a cambio de
regresarle a su pueblo entero. Ahí fue cuando empezó la cacería. Pero… yo no
puedo revivir a los muertos, son actos que no me toca transgredir, así que le envíe
a todo su pueblo al Gran Puente. Ahora solo me resta cobrar mi deuda con él.
- ¡No me lleves! - El hombre empezó a llorar, a gritar y a orinarse encima.
- ¿Llevarte? Yo no puedo llevarme a los muertos, tampoco está dentro de mis
permisos, solo reclamaré el corazón del bosque, que yace en tu interior. El pacto
de olvidar que tenías un hermano al que mandaste al inframundo a cambio de solo
recordar lo que las hamadríades pusieran en tu cabeza, fue un pacto muy
ambicioso por esas nobles criaturas, que no tuvieron tiempo de reaccionar a lo
que se les cumplía. No entendían el poder de nada con lo que trataban.
Las manos del pecho de la bestia se introducen en el pecho del hombre, en un
intercambio de dolor por la necesidad de lo buscado, le arrebata la piedra y le
dejan tirado, cómo algo que ya no se necesita para nada. El suelo absorbe
rápidamente la sangre cómo si la necesitara. la bestia galopa hasta la boca negra
de la noche, escoltado por las lumbreras espectrales y el coro de las animas que
le siguen en un cortejo de carrozas enormes de llantas de corcho de las cuales ni
siquiera se había percatado. El hombre inmóvil, observa los rayos del sol acariciar
las cimas montañosas, que enseguida, empiezan a desprenderse
fragmentándose, acompañado de enormes tornados que les extraen hasta el
firmamento. Minerales y gases que se convierten en mareas de fuego y luces
esporádicas que se movilizan cómo moscas de ilusión acompañadas por rayos.
Enormes nubes de polvo se levantan llevándose ríos de piedras. El agua parece
levantarse como la sabana de un gigante arrastrando la vida marina con ella. Todo
aquello viajando a un vórtice voraz de absoluta negrura en el cual desaparecen al
contacto con la más absoluta belleza jamás contemplada. La belleza del ciclo, que
le recuerda que, en algún momento, olvidara todo aquello quizá, que no habrá
más nada de qué preocuparse, que lo acontecido y contado dejará de importar en
totalidad y que simplemente él despertara de nuevo en un mundo que se crea en
explosiones maravillosas de colores primigenios y formas desconocidas que, en
algún momento, dejaran de existir.
- ¡Claro! - piensa para sí mismo mientras su cuerpo empieza a desintegrarse- si a
eso puede llamársele un despertar-
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