Aprendizaje, educación o formación
- Eric García Valladares
- 6 may
- 4 Min. de lectura

En una esmerada y utópica visión de las expectativas nacionales en educación, hemos llegado a afirmar, y a sostener categóricamente, que sólo a través de la educación lograremos el desarrollo del país y que por ello debería ser una alta prioridad. Nada más alejado de la realidad. Por supuesto que la educación es importante. De ahí que nos enfrasquemos en una narrativa que sugiere “mejorar” los modelos educativos, ya que eso nos ayudará a salir adelante como nación. Por supuesto que es vital conocer, saber, hacer y ser, todos los verbos anteriores sobre competencias que sean dignas de compartir en comunidad para el crecimiento, desarrollo y bienestar de esta. Pero sabemos perfectamente que hay gente muy educada vendiendo celulares en una plaza comercial.
Importante será diferenciar algunos elementos como aprendizaje, educación y formación, los cuales son utilizados como si fueran exactamente lo mismo. “El aprendizaje es el proceso por el cuál adquirimos nuevos conocimientos; la educación es un sistema organizado de aprendizaje. La formación es un tipo de educación centrada en adquirir determinados conocimientos” (Robinson, 2015). El aprendizaje, dependerá del interés del aprendiz, por los temas que el sistema educativo haya diseñado, así como dependerá del método de evaluación que se aplique, y muchas ocasiones (por no decir la gran mayoría de las veces), ese proceso de enseñanza-aprendizaje difiere de la formación que quisiera el aprendiz.
En los modelos educativos, hemos seleccionado los contenidos pertinentes que una persona debe adquirir para desarrollar cierta competencia, que le permita acceder a una esfera social de especialidades y un mundo laboral que le acceda en menor tiempo la movilidad social. Y en ambas fallamos. El conocimiento lo usamos para manipular, someter y en muchas ocasiones para destruir; la movilidad social a través de un empleo mejor remunerado se logra en promedio después de cuatro generaciones. Cuando Vasconcelos quería erradicar el analfabetismo, se refería prácticamente a leer, escribir y realizar operaciones aritméticas básicas. Ahora que tenemos audiolibros, funciones de dictado en procesadores de texto y poderosas calculadoras que realizan cómputos a velocidades muy superiores a las de un ser humano, no nos vemos como analfabetas en el mismo sentido que el exsecretario de educación. Pero ¿De qué sirve leer si no hay pensamiento crítico? ¿Si no sabemos identificar una información útil de la que es sólo divertida? ¿Por qué no hemos entendido que escribir nos permite sintetizar, comprender, hilar ideas y ser moderado? ¿Por qué hemos dejado de lado el cálculo mental sabiendo sus dones al requerir iteraciones en la toma de decisiones con incertidumbre? Lo que ocurre es que el sentido del analfabetismo se movió. Hoy tenemos analfabetismo tecnológico o digital. No sabemos cómo programar, somos usuarios, no creadores (sólo sabe programar el 0,03 por ciento de la población); no sabemos utilizar eficientemente las aplicaciones que sugieren un avance. Hoy tenemos analfabetismo emocional pues cada vez nos ofenden más cosas y cada vez discutimos más por derechos y obligaciones en lugar de servicio y colaboración. Tenemos analfabetismo crítico, se modificó la apreciación estética hacia el lado de lo popular alejándose de la especialización y el talento; se ha privilegiado la inmediatez y se ha desplazado el reconocimiento del esfuerzo. Tenemos analfabetismo financiero, y caemos fácilmente en dinero rápido, rayamos en lo inmoral, lo invasivo, lo escandaloso y lo indigno con tal de recibir dividendos al precio que sea, sin mencionar la nula cultura del ahorro.
Vemos la educación como una industria que debe dar resultados. Y es más bien una granja que debe dar frutos. No hay rendición de cuentas, ni para los directivos, ni para los docentes, y mucho menos para los padres de familia. Sólo esperamos que el alumno haga “su chamba” y logre terminar con buenas calificaciones, al cabo “es lo único que se le pide”. Si el alumno aprende y se compromete para concluir una formación académica a un nivel de excelencia, estaremos frente a una rareza. El hecho de que el alumno obtenga un título universitario, no le garantiza que acceda a un trabajo acorde con el esfuerzo realizado. La educación puede sacarte del analfabetismo (al menos un par de los cuatro que mencionamos anteriormente), pero no necesariamente te sacará de la pobreza.
Se requiere de una mayor efectividad en la formación de aprendices. Encontrar métodos para eficientar el proceso de enseñanza-aprendizaje de manera tal que se den las condiciones para desarrollar habilidades prácticas que pueda utilizar en la vida diaria, en aras de insertarse en una sociedad menos cínica y más compasiva. Ya no podemos separar la pedagogía (o hebegogía, o andragogía según sea el caso), de la psicología y de la neurociencia, todas ellas apoyadas con temas de diseño de la experiencia de aprendizaje, del uso de la tecnología y del enfoque humanista que integra la inclusión y el pleno desarrollo del ser.
Iniciemos desde nuestro campo de acción, nuestro hogar. No deleguemos en la tecnología el entretenimiento de nuestros hijos, busquemos formas de convivencia que generen seres curiosos, desinhibidos, sociales, resilientes y sobre todo, responsables. En las escuelas seamos guías, mentores, modelo e inspiración para los jóvenes, debemos ser profesores habilidosos, cultos, polímatas, para formar aprendices sofisticados, respetuosos de las ideas nuevas y de la cultura patrimonial.
¿Qué prefieres, aprendizaje, educación o formación?
En Diario 21

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