Durante esa noche soñó que podía ver a través de las ventanas, vió por primera vez un cielo lleno de luces que parpadeaban a su mirar. Sintió la brisa fresca de una noche de Abril, pudo escuchar más de cerca el crujir del viento golpeando los árboles. Deseó estar allí, saltar, correr y volver a saltar de felicidad.
Pero despertó y se preguntaba si lo que había visto en el cielo eran estrellas, si en el mundo existía aquel bonito lugar, mientras lloraba en el pequeño rincón del sótano, encadenada a una pared, con los tobillos lastimados por la cadena misma que evitaba su huida durante la noche.
Ana vivía encerrada en lo más alejado de la humanidad debajo de un sótano que durante el día era su hogar pero en las noches era un calabozo. Todas las mañanas al despertar cocía un poco de café y un par de huevos, preparaba pan junto a las más deliciosas frutas; sí claro amaba cocinar. Servía el desayuno y esperaba a que su “amigo” bajara para desayunar.
Ana había vivido así desde que tenía memoria, jamás salió para sentir el sol o jugar con los demás, solo conocía a su amigo al que no podía hablarle ni mirarle directamente pero sí sabía que su amigo era ya un anciano, él vivía en la casa, solo bajaba en el desayuno y durante la noche donde la encadenaba convenciéndola de creer que todos lo hacían así, porque a veces mientras duermes los sueños nos hacen escapar para hacernos daño.
Ella era feliz así, le gustaba cocinar, durante el día cantar, bailar con total libertad pero también deseaba lo que esa noche soñó, si existía un mundo así quería salir. Aunque estaba convencida que su amigo jamás lo permitiría, como aquella vez que quiso seguirlo por las escaleras y él la descubrió, de solo recordar lo que ese día le sucedió prefiere olvidar sus sueños. Cuidar de su compañero anciano, después de todo creyó que él siempre la había cuidado manteniéndola ahí, para evitar cualquier peligro en su vida.
Pensó olvidarse de ese sueño; sin embargo, una noche de Octubre, volvió con, nuevos paisajes y colores para sus ojos, se sorprendía con cada cosa diferente que lograba ver, flores de todos los colores, nuevos aromas que lograba percibir, el pelaje tan suave del perro que siempre escuchaba ladrar, las gotas de lluvia brotar.
Despertó una vez más encadenada al horrible sótano pero no se lamentó, no se preocupó, porque su mente se concentraba en idear un plan que le diera lo que ella deseaba. El día transcurrió como todos los días, pero por la tarde subió las crujientes escaleras, para hablar con su amigo.
La mayor sorpresa cuando llegó no era que su amigo no estaba en casa si no que, había muchas cosas, había una luz que venía de las ventanas, se acercó y vió lo que tanto soñó, maravillada corrió a la puerta la abrió y lloró al darse cuenta que todo el tiempo fue el miedo, las falsa realidad que su amigo le dio, lo que le impidió salir. Y corrió, corrió, corrió tanto que se dio cuenta que podía volar, cada vez más alto para no volver nunca más.
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