El México de los grandes edificios en Paseo de la Reforma, las elegantes tiendas, los famosos museos y los restaurantes gourmet de la Ciudad de México, las hermosas playas de Cancún o Mazatlán, Cabo San Lucas en Baja California, resulta terriblemente contrastante con el México que se vive en Ecatepec, Estado de México, en la Montaña de Guerrero, Oaxaca, Michoacán o en Tahdziú, Yucatán; este último considerado el municipio más pobre en América Latina.
A pesar de que nuestro país forma parte de foros internacionales como el G20 formado por las 20 economías más grandes del mundo o la OCDE también llamado “el club de los países ricos”, la pobreza entendida como una situación en la cual no es posible satisfacer las necesidades físicas y psicológicas básicas de una persona, no deja de ser una de las caras más visibles de la nación y un constante recordatorio de su estatus como “País en desarrollo”. No, México no es un país pobre, sino un país de pobres; para ser precisos, muchas personas pobres. Desde finales de 1972 el régimen gubernamental ha venido practicando una política cada día más abiertamente antinatal, como si del número de habitantes dependiera el aumento de la pobreza. Cuestionado por el autor Salvador Borrego en su ejemplar: “Años Decisivos”, concluyendo que el problema de la pobreza en México radica puramente en un aspecto económico; la falta de alimento, educación y salud, relacionado a la pésima administración de recursos.
Pero, ¿Qué hacemos con los pobres? La escritora Julieta Campos da un amplio panorama histórico en su obra que derrumba los mitos creados por el llamado liberalismo mexicano del siglo XIX. Buscando una posible respuesta, determinó que los programas sociales no son la solución para erradicar la pobreza. Ser comunista tampoco lo es, debido a que existe un reducido porcentaje de personas ejerciendo en dependencias de gobierno, a quienes se le hace un recorte a su salario base para sostener diversos sectores económicos buscando el bienestar de todos. Pero no es suficiente, somos muchos y cada vez más “no nos alcanza”.
Escucho a bastantes reclamando: “solo hay paracetamol en el Seguro Social”, personas que no estiman un empleo estable pero sí demasiados hijos e inclusive perros, viviendo en condiciones deplorables. Antagónico a Japón las familias que conservan perros es porque su capital y tiempo para criarlo lo permite, implicando todos los cuidados que requieren, otorgándose una calidad de vida y a sus mascotas. En México es todo lo contrario, entre más pobres, más perros tienen; dicen que no hay quinto malo.
Por otra parte, hecho creer a la juventud que puede traer descendencia sin preocuparse por una ocupación estable, primeramente. “Aunque debajo de un árbol empecemos”, “pobres, pero bien contentos”, romantizan la pobreza y propinan conformidad, generando consecuencias agobiantes: delincuencia, prostitución, nexos con el narcomenudeo, involucrarse en pandillas, andar de vagos, consumidores de sustancias ilícitas, etc. Por ende, ese ciclo de vida se repetirá en varias generaciones.
Pero, ¿Cómo sustentar a tantos con tan poco? Mi solución puede ser vista como radical, antireligiosa, violadora de derechos; pero necesaria: reformar el Artículo 4° constitucional que cita "Toda persona tiene derecho a decidir de manera libre, responsable e informada sobre el número y el espaciamiento de sus hijos". Añadiendo cuántos pueden tener como límite, tal vez dos o tres, y de no cumplir, o por el contrario ya haber tenido el número de hijos permitidos por la ley, esterilizar.
Porque mandar víveres a los pobres, medicamentos, dinero, trabajos con sueldos miserables, repartir métodos anticonceptivos, dar conferencias, no funciona. Se seguirán reproduciendo y jamás acabaremos con el hambre y necesidades de todos.
Articulo sustentado en: Artículo 4° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, Libro: Años decisivos 1993 – 2003, de Salvador Borrego. https://www.letraslibres.com/vuelta/que-hacemos-los-pobres-julieta-campos
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