El irreverente Hunter S. Thompson decía: “La música siempre ha sido para mí una cuestión de Energía, una cuestión de Combustible. Las personas sentimentales lo llaman inspiración, pero lo que realmente quieren decir es combustible. Siempre he necesitado combustible. Soy un consumidor serio. Algunas noches sigo creyendo que un automóvil con la aguja de gas en vacío puede correr unos ochenta kilómetros más si se escucha la música adecuada a un volumen muy alto en la radio ". Suena tanto extraño tomando en cuenta que proviniera de la misma ciudad que vio nacer a Slint.
El cuarteto proveniente de Louisville, Kentucky, y que dejaría su marca en la historia de la música con el aclamado y oculto “Spiderland”. A 30 años de su lanzamiento, todavía quedan tantas dudas sobre el disco, su concepto y su trasfondo, que lo envuelven en un velo de misticismo que ha prevalecido y le otorga un aura inefable. El resultado de una amistad inquebrantable y el ingenio de la juventud; el deseo y apetito por crear; la temprana experiencia, el constante apoyo y la inevitable experimentación, todo en una ecuación de la turbulencia, que da como resultado un álbum que terminaría siendo piedra angular de la música como la entenderíamos en los años por venir.
Cadentes armónicos de guitarra inician “Breadcrumb Trail”, desde el inicio del álbum se siente una atmósfera distinta, el aire se torna denso, las palabras se abren paso, contando una historia acerca de un chico en una feria de condado, que se encuentra con una joven adivina, a quien invita en un paseo por la montaña rusa. La atmósfera es onírica, pero difusa, como dentro del sueño de alguien más, el cambio de ritmo es sutil, pero se vierte en un vigoroso estruendo de riffs que invitan a un inusual coro, gritos que parecen ahogados, con una pasión que raya en el desenfreno. La historia es sencilla, pero humilde, sobre la inocencia y la pérdida de la misma. Hasta cierto punto es incómodo escuchar una canción que se deja llevar totalmente por la cadencia de la batería: ella marca los ritmos, los cambios, los humores y los espacios. El “puente” después del coro es un vertiginoso y ácido pasaje a cerrar el círculo del corte. Vuelven los armónicos, la historia culmina y la paz vuelve, aunque sólo por un momento.
La tarola marca la pauta de la siguiente pieza, seguido de un aguda y perforadora guitarra. Una historia acerca del punto de vista de Drácula da título a “Nosferatu Man”. Llena de un semblante oscuro y pesadillezco, las guitarras suenan acolmilladas e incisivas, en sus armónicos y sus riffs, mientras el bajo mantiene la ambientación “noir” que, de la mano de la batería, nos hace cimbrar desde lo profundo. La pérdida de la Reina de Drácula y los adornos musicales más reminiscentes a Math Rock en lo que va del álbum, dan final al corte, rebosándolo de la idiosincrasia y estilo de la banda.
“Don, Aman” inicia tan crudo como cualquier pieza puede iniciar. Un pasaje a los más oscuros confines de la frágil mente humana, en un performance sobre la ansiedad musicalizada, de tal manera que se pueda sentir a flor de piel la experiencia del protagonista. A esta altura, es fácil decir que nos encontramos en terrenos vírgenes de la música moderna: a pesar de la sencillez que podría creerse del corte, cada segundo, cada nota, cada palabra y cada silencio están perfectamente pensados para sentir la angustia, las pesadumbres y el pánico. Todo lo vuelven nebuloso e indescriptible.
El corte más largo inicia, dando paso a la segunda mitad del disco. “Washer”, no se puede decir de una manera sencilla, es una clara nota de suicidio. Envuelta en tensión y una atmósfera de oscura solemnidad, cada verso se siente como uno de los cinco pasos del duelo. Musicalmente, los adornos de las guitarras son viscerales, subliminales. Cuando se dejan de escuchar las guitarras, las comienzas a sentir, aquí y allá, zumbando y cascabeleando. La pérdida parece inminente, y un final potente y distorsionado culminan a con el corte. El viaje es oscuro, pantanoso, la respiración cuesta y los sentidos fallan.
La música predomina en la instrumental “For Dinner…”, un respiro emocional y mental del martirio del álbum. Aún así, la brumosa atmósfera recae en nuestros hombros, con pasajes musicales que evocan sueños inconclusos y vivencias olvidadas. Un cálido y sombrío callejón que desemboca en la oscura vorágine del final.
El corte más dinámico, pero no por ello el menos denso. Con una historia que evoca el cambio hacia la adultez, retratándola con la historia de un capitán a la pérdida de su navío, “Good Morning, Captain” juega musical y líricamente con el espectador, con nuestra hambre de esperanza, aunque al final, todo es pérdida. Las emociones convergen al final, entre la ausencia, la rabia, la desolación y la angustia, desgarradores gritos dan cierre al corte y al álbum.
Han sido ya treinta años desde la salida del disco, alcanzando un culto pocas veces visto en el mundo de la música. Su escucha es una montaña rusa de emociones, de estados de ánimo, de introspección. Citando de nuevo a Thompson: “Solo ten en cuenta los próximos días que estamos en Louisville, Kentucky. No Londres. Ni siquiera Nueva York. Éste es un extraño lugar… “, ese lugar extraño siempre ha sido Spiderland.
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